Durante más de 15 años, J.Brown ha desarrollado ténicas para enseñar a la gente cómo practicar yoga de una forma más profunda y satisfactoria. También es un escritor reconocido, habiendo aparecido en Yoga Therapy Today, the International Journal of Yoga Therapy, Elephant Journal, y Yogadork

J. Brown descubrió el yoga por medio de la muerte de su madre (véase Cómo Llegué al Yoga más abajo). Con el fin de entender la pérdida y el deseo de liberarse del dolor paralizante y la desilusión que ésta trajo, alimentó su pasión por aprender cómo ponerse bien.

Primero se sintió atraído por el estilo Ashtanga power vinyasa. La intensidad de este estilo se adecuó perfectamente a su naturaleza luchadora. Después de sufrir algunas lesiones, comenzó a investigar un enfoque basado en el estilo Iyengar para mejorar su alineación. Pero pronto descubrió que solo una buena alineación no es suficiente. A pesar de conseguir dominar tanto el estilo Ashtanga como el Iyengar y de estudiar con profesores de renombre como Alison West y Richard Freeman, J admite: “Todavía padecía de un dolor crónico y me sentía horriblemente desilusionado e infeliz”. La siguiente fase de su búsqueda se dio en la India.

En Rishikesh, J. encontró un raro a la par que especial profesor en Swami P.Saraswati. Enseñó a J que la práctica del yoga no era una progresión lineal hacia algo desconocido, sino un proceso de aprendizaje de cómo cuidar de ti mismo. De vuelta en Nueva York, J. dejó de asistir a clases grupales y se dedicó a la práctica individual, donde finalmente encontró una orientación totalmente terapéutica en la tradición de TKV Desikachar y T Krishnamacharya, el “profesor de los profesores”.

En 2007, después de más de una década trabajando como profesor de yoga en varias escuelas en Manhattan y Brooklyn, J. fundó Abhyasa Yoga Center en Brooklyn, Nueva York. AYC fue creada para proporcionar un hogar para la práctica del yoga adaptada a las necesidades particulares de cada individuo.

 

"Suave es el Nuevo Avanzado"

 

 

 

Imagina el yoga antes de que fuese transformado por Occidente. Imagina una práctica personalizada y centrada en la respiración, que se pasa como legado de profesor a estudiante. Un Yoga para el bienestar de la persona, no solo a nivel físico, sino también mental, emocional y espiritual. Algo que te permita ir más despacio y aprender a cuidar de ti mismo. Algo que te alivie los dolores de la vida.

Ese algo es la respiración. La respiración que entra y atraviesa un cuerpo que se abre y se cierra, transportando la prana o fuerza vital, entendido por los sabios pero difícil de creer por los científicos. Cualquiera que sea la explicación, el yoga simplemente nos hace sentir mejor. Una respiración plena y profunda que llega a todos los rincones de nuestro cuerpo, hace sentir mejor a la gente. Te sientes más fuerte. Más enérgico. Y así ha sido durante miles de años.

El yoga cambió cuando llegó a Occidente. Se han desarrollado nuevos estilos y marcas de yoga para satisfacer las expectativas y los deseos de la mayoría delmercado americano. Se centran en logros externos, físicos, y quizá pierden algo en el proceso de creación de un yoga de franquicia y estandarizado.

Sin embargo, las tradiciones más antiguas han continuado y ha habido un maravilloso resurgimiento de la “vieja escuela” del yoga. El yoga suave, terapéutico y centrado en la respiración. Muchos profesores hablan de la importancia de la respiración en la práctica del yoga. Pero únicamente diciendo “inspira y espira” es un poco como cuando el médico te dice “ingiere comida saludable”. ¿Cómo creas una verdadera práctica que esté centrada en la respiración?

Con el fin de situar la respiración en el corazón de la práctica individual, se emplea una técnica específica de respiración llamada oo-jai pranayama o “respiración del océano”. Todo el movimiento y el trabajo del cuerpo se organiza alrededor de la respiración . La regulación de la respiración relaja el sistema nervioso central, calma los músculos, despierta la alegría y centra la mente. El cuerpo y la mente se encuentran felices, sanos y salvos.

La diferencia entre la práctica del yoga y el entrenamiento en el gimnasio o ir a un fisioterapeuta es que los ejercicios pretenden ir más allá de lo físico. Estamos haciendo el cuerpo más fuerte y flexible, pero lo hacemos de una manera en la que también se estimulan patrones útiles de pensamiento y comportamiento. Sin presión. Sin estrés. Sin esfuerzo. Únicamente con un trabajo fuerte y calmado, equilibrado y comedido.

Solo con simplificar, ir más despacio y centrarnos en la respiración, cultivamos una forma de comprometernos más paciente. Hemos cambiado nuestro contexto, ya no intentamos superar las dificultades, sino que aprendemos a reducirlas y a disfrutar del hecho de que estamos aquí.

 

Cómo llegué al yoga

 

 

 

Mi madre murió de leucemia cuando yo tenía dieciséis años. En los meses que le llevaron a la muerte, no fui a visitarla al hospital. Solo fui una vez pero después de permanecer sentado dentro del coche en el parking durante treinta minutos, me fui sin llegar a entrar. Al final, me apresuraba al lado de su camasin importarme nada: tenía miedo de que no pasara de esa noche. Recuerdo ver a la enfermera venir rápidamente hacia mí en la sala de espera y decir “¡Está despierta!”. Lo siguiente: ver a mi madre en la cama del hospital con tubos saliéndole de la nariz. Mi hermana se derrumbó y sollozando corrió a su lado. Mi madre, un poco histérica, llorando y gritando “’¡No estoy preparada para irme!”.

En esa época, nunca mostré mucho aplomo o profundidad. Tendía a ser de alguna forma hiperactivo y disperso. Pasaba mucho tiempo soñando despierto. Incluso en este momento crucial, algo que no puedo explicar, sucedió.

En un extraño flash de claridad que he intentado entender desde entonces, cogí a mi madre de la bata, agitando su presente y cruzando su mirada con la mía y dije, “Mamá, te quiero muchísimo y voy a hacer grandes cosas en la vida para que estés orgullosa de mí. No volveré a venir a verte al hospital”. Ella asintió con la cabeza en señal de aprobación y me mostró una sonrisa dolorida. La besé en la mejilla y salí de la habitación. Esa fue la última vez que vi a mi madre.

En los años venideros, la desilusión se fue apoderando de mí gradualmente. Me mudé de Los Angeles a Nueva York, fui a la NYU y me gradué en Bellas Artes. Después de la Universidad, las cosas empeoraron. Llegó un punto en el que estaba tan hundido que lo único que me apetecía era suicidarme o encontrar alguna otra forma de vivir. Afortunadamente, elegí lo segundo.

Incluso después de tomar esta decisión, no tenía ni idea de qué hacer. Lo único que se me ocurrió fue ir a una clase de yoga. Fui a yoga en la Universidad e, incluso en mis días más escépticos,  no podía negar lo bien que me hacía sentir. Me gustaba que fuera antiguo y sagrado y sobre cosas importantes.

Primerome sentí atraído por Ashtanga, un estilo power vinyasa. La intensidad de éste se adaptaba perfectamente a mi naturaleza luchadora. Adquirí disciplina y gratificación inmediata pero todavía me hacía mucho daño a mí mismo, solo que ahora con buena intención.

Más tarde comencé a explorar un enfoque basado en el estilo Iyengar. Fui siendo más consciente y técnicamente experto pero el ímpetu en conseguir la alineación deseada terminó haciendo mella en mi autoestima. Siempre había alguna variante que no podía hacer, mi hombro nunca estaba apropiadamente rotado y,  a pesar de que fuera bastante impactante sobra las esterilla, todavía estaba dolorido.

Finalmente, encontré un camino hacia una orientación completamente terapéutica, inspirada por la tradición TKV Desikachar/Krishnamacharya. Solo con simplificar, ir más despacio y centrarme en la respiración, fui capaz de cultivar una forma de compromiso más medida y paciente y un contexto diferente para mi práctica donde ya no estaba intentando superar mis dificultades sino que estaba aprendiendo a reducirlas y a disfrutar del hecho de estar en ese punto.

No lo sabía cuando empecé, pero el curso de mi práctica del yoga ha formado parte del proceso de reconciliación de la muerte de mi madre. Es difícil de explicar cómo los ejercicios de movimiento y respiración pueden,  sin querer, llevarse el peso de afrontar una muerte. Algo sobre poner tu atención en la respiración y el cuerpo, que es la expresión más tangible del hecho de que sigues vivo y es lo que se te arrebatará cuando mueras, te permite sentir cómo disminuyen las cargas que soportas e ilumina el valor inherente a la vida.

Desde este punto de vista, superar las dificultades que la vida nos presenta se convierte en un esfuerzo a celebrar y me siento extrañamente agradecido por la muerte de mi madre. El dolor y la tristeza que siento por su desaparición, todavía tan poderosa como cuando tenía dieciséis años, es lo que me llevó al yoga y a una más profunda apreciación por las bendiciones de la vida. Como consecuencia, mi vida tiene un sentido más profundo.

Como profesor, soy testigo de cómo mucha gente, sin saberlo, concilia su situación y llega a la misma veneración por la majestuosidad de la vida. El hecho de jugar el papel de facilitar a la gente el descubrimiento del yoga y la salud me hace sentir que soy útil y reafirma todo lo que aprecio.

Cuando alguien viene a mí después de clase o me manda un email emotivo para decirme los beneficios que están sacando de su práctica, siento el calor de una caricia de mi madre y sé que he cumplido mi promesa con éxito.