Realidades financieras y riesgos laborales

Publicado en diciembre de 2007 en Yoga Therapy in Practice.

 

El pasado verano me casé con la mujer de mis sueños. Con 34 años, finalmente encontré alguien a quien amar que me aprecie a mí y a la vida que llevo como profesor de yoga autónomo. Cuando la luna de miel terminó y el otoño comenzó, decidí concentrar mis esfuerzos en maximizar mis ingresos con el sueño de comprar una casa y formar una familia.

Soy un profesor experiementado en muchos centros de yoga y cuando mencioné que quería más trabajo,  fueron tan amables de ofrecerme una o dos clases más, lo que me llevó a tener un horario de 12 clases de grupo en un total de 6 centros diferentes. Además, me mencionaron en la revista de TimeOutNY (uno de mis estudiantes resultó ser un editor en esa revista) y conforme el invierno se iba acercando, había conseguido también nuevos estudiantes privados. Pronto estaría enseñando a tiempo completo: siete días y una media de 20 clases a la semana.

Incrementar mi carga de trabajo realmente supuso más dinero. Sin embargo, después de unos pocos meses manteniendo este horario, surgieron una serie de problemas físicos, incluyendo fascitis plantar, inflamación crónica en una muñeca y lo que creo que es el inicio de artritis en la cadera. En condiciones normales, estos problemas hubieran podido manejarse perfectamente, pero dado el riguroso horario que tenía que cumplir, simplemente no podía disponer de la cantidad necesaria de tiempo para descansar.

Como no quería sacrificar mis ingresos, decidí entonces cambiar mi modus operandi, haciendo menos demostraciones y sentándome por breves periodos de tiempo mientras enseñaba. Realmente estos cambios mejoraron la situación, pero después de que los síntomas persistieran durante unos meses más, me vi forzado a reducir mi horario de forma que pudiera abordarlos.

Cuando mi mujer y yo nos preparábamos para celebrar nuestro primer aniversario, tuve dos pensamientos reveladores: (1) Solo hay una cantidad de clases que pueda dar por semana y solo hay una cantidad que pueda cobrar por clase, y (2) sin duda hay un punto marginal de utilidad decreciente en la práctica de asanas.

Me encuentro en un cada vez más pequeño grupo de personas que son capaces de mantenerse a sí mismas solo enseñando yoga. La mayoría de la gente que empieza a enseñar profesionalmente acaba yéndose a otras cosas o teniendo ingresos complementarios. Los propietarios de centros de yoga, muchos de los cuales nunca han sido profesores de yoga, raramente dependen de las ganancias de su negocio para sobrevivir. De hecho, a menudo los beneficios provienen más de las ventas de productos relacionados más que de las clases que se ofrecen.

Según “Yoga en América”, un estudio de mercado del yoga llevado a cabo por Yoga Journal en 2005, los americanos gastan 2.95 miles de millones de dólares al año en clases de yoga y productos, incluyendo equipación, ropa, vacaciones y materiales (DVDs, videos, libros y revistas). Las estadísticas indican que el crecimiento en el número de americanos que practican yoga llega al 43% en los últimos años.

Volviendo a mi declaración de impuestos del horario C, mis ingresos no reflejan este crecimiento. De hecho, la tarifa de profesores de yoga básico, como yo, no ha cambiado mucho o nada en la última década.

La historia de Yoga Journal, una publicación puntera para los profesionales del yoga, ofrece un ejemplo de las tendencias económicas en la industria del yoga. En 1975, un grupo de dedicados profesores de yoga que formaron la Asociación Californiana de Yoga, ahora la Yoga Alliance, empezó sacando una pequeña newsletter bajo elamparo de una organización sin ánimo de lucro. Llegaron los principios de los noventa, y tras quince años sin lucrarse, se decidió invitar a John Abbot, recientemente retirado de una carrera de 29 años como banquero de inversiones en Citicorp, para subirse a bordo. En 1995, la revista fue pionera en el concepto de la conferencia de yoga, que ahora asciende al 30% de los beneficios de Yoga Journal que se estiman en 11 millones de dólares anuales. En 1998, John Abbot compró la revista y se convirtió en el director ejecutivo. Para 2005 la circulación pagada de la revista se había más que triplicado, y vendieron Yoga Journal a AIM,  un importante conglomerado de medios.

Desafortunadamente para mí, la destreza comercial nunca han sido mi punto fuerte.  Empecé a practicar yoga porque estaba desencantado y quería sentirme mejor. Convertirme en profesor de yoga no fue intencionado. Antes de casarme, me conformaba con dar entre 12 y 15 clases semanales y ganarme la vida modesta pero adecuadamente. Los requisitos para un estilo de vida de soltero son mucho menos exigentes que lo que una familia demanda. Ahora que tengo una compañera de vida y que estamos considerando nuestro futuro, me veo forzado a examinar honestamente las limitaciones de mi profesión.

Actualmente, no me faltan las oportunidades de dar clase en mi comunidad local. Mis clases generalmente son bien recibidas y tienen buena asistencia. He desarrollado una específica y reconocible práctica que ha demostrado ser útil para diferentes tipos de gente. Abrir un centro es una idea interesante, pero supone más capital de los medios de los que dispongo ahora, así como inexcusables riesgos. El otro paso lógico hubiera sido de alguna forma avanzar hacia las conferencias en Yoga Journal o el circuito nacional de renombrados centros de aprendizaje holístico (por ejemplo: Esalen, Naropa o Omega.)

Las conferencias de Yoga Journal parecen ser casi impenetrables, dominadas por un selecto grupo de “estrellas” de yoga, a menudo reforzadas por una clientela de celebrities o DVD y acuerdos/gangas en merchandising. Me han invitado a dar algunas clases en el Omega Institute en Nueva York a unnivel de “profesores de plantilla”. Lo que se paga es un 25% de lo que normalmente se pagaría, así que solo puedo quedarme una semana, pero siempre he tenido la esperanza de congraciarme con los poderes que sean y conseguir un trabajo de perfil más lucrativo. Sin embargo, este es el séptimo año que vuelvo y nada indica que éste sea el caso. La verdad es que estas oportunidades están en gran medida relacionadas con la industria editorial y contactos que yo simplemente no tengo.

Nunca he hecho nada para promocionarme a mí mismo más allá de crearme un sitio web. Lo siento como algo inapropiado el hecho de ver mi profesión de profesor como una carrera o un intento de promocionarme a mí mismo. Al mismo tiempo, si alguien llamase mañana y me quisiera para dar alguna de las conferencias, hacer un DVD o escribir un libro, estaría totalmente emocionado. La cuestión es, si esa llamada nunca llega, ¿habré fracasado? ¿Son mis ingresos un indicativo de mi éxito como profesor? Y lo que es más importante, si los ingresos estándar de un instructor de yoga a tiempo completo no son suficientes para apoyar ni siquiera la más humilde de las aspiraciones, una casa y una familia, ¿dónde me deja eso?

Mi consuelo es el sentimiento de resolución y realización que tienes cuando eres de ayuda para otros; desde un paciente con cáncer, ahora en remisión, que te informa de que nunca lo hubiera conseguido si no hubiera sido por la respiración oceánica que le enseñé; desde la cálida mirada de un estudiante anciano, encantado porque ahora es capaz de tirarse al suelo a jugar con su nieto; desde sentimientos de amistad, expresados con un sincero “gracias.” Estos son los momentos que yo elijo para definir lo que valgo: cuando me recuerdan que la dificultad inherente de la vida no es una indicación de que algo falta, solo comparable al curso de la experiencia humana.

Aún así, las casas y los niños cuestan mucho. Mi trabajo me da mucha satisfacción espiritual, no amplios fondos. Enseñar yoga es una habilidad completamente diferente a la generación de riqueza. La noción de que hay mucho dinero que se puede hacer con el yoga es quizá cierto en un contexto de negocios más que la práctica sincera.

En última instancia, sin embargo, el yoga aporta beneficios que ninguna cantidad de dinero podría dar; tener la carga pecuniaria de mi profesión es simplemente el lado opuesto de la moneda, y, por muy cursi que pueda sonar, creo en ilimitadas posibilidades. Así como mi mujer apareció de una gradual e inesperada forma, estoy seguro de que la financiación necesaria acabará surgiendo. Únicamente puedo hacer mi mayor esfuerzo y confiar en la progresión natural de las cosas.